sábado, 16 de enero de 2010

El sabor de la victoria



La experiencia es un grado, dijo un anónimo muy acertadamente. La dificultad radica en saber manejarla. Tras varios meses integrándome en un grupo, liderándolo con mano izquierda, conociendo sus virtudes y sus defectos, la experiencia desde luego no puede ser más positiva. La psicología, esa "ciencia" que se vanalogra a menudo de conocer más de lo que cree, demuestra que la condición humana está sujeta a tal número de presiones internas (las externas son obvias para todos) que puede desencadenar sentimientos contradictorios dependiendo de las circunstancias en la que se encuentre. Resulta curioso como las personas son capaces de sentirse mejor en la mediocridad de la derrota que en el sabor de la victoria ¿a qué puede ser debido? sin duda el número de variables que entran en juego son de tal cantidad que sería muy ingenuo por mi parte valorarlas en su justa medida. Cuando un grupo está acostumbrado a remar en una misma dirección, suele ocurrir que algún individuo le cueste más adaptarse a dicha dinámica, por lo que corresponde al líder lograr que dicha adaptación sea lo más positiva posible, en caso contrario será un fracaso por parte de dicho organizador. Tras asumir esta responsabilidad y adecuar los medios necesarios para lograrlo, los efectos se han ido notando sucesivamente en forma de "éxito-fracaso", regresando continuamente a un estado inicial de inhabilidad para la integración, teniendo gran parte de la culpa la actitud de dicho individuo. En este caso, las observaciones son claras: prima el ego personal sobre el total. Se pretende ser una parte destacable sin demostrar unos valores que definen a cualquier a líder: humildad, trabajo, veteranía, talento y por encima de todo, sentirse mejor en el éxito colectivo que en el personal.

Es por esto que a edades tempranas, aún es corregible dicha "anomalía" de la personalidad derivada fundamentalmente de la educación recibida en el ámbito familiar-escolar, aunque es evidente que cada ser viene determinados por unos patrones que le hacen tener más éxito sobre el resto en determinadas situaciones, favoreciendo dicha virtud con la experiencia y el manejo de los tiempos.

La sorpresa llega cuando es el grupo quien está tan acostumbrado a la derrota, que la victoria le deja sin alternativas, sin capacidad de reacción, como si al rey de la selva le soltasen en el mundo urbano sin previo aviso. Los esfuerzos realizados por obtener la victoria, aún derivando estos después en derrota, suelen dejar más satisfecho al grupo en sí y también individualmente. Quizás forme parte de un egoísmo desconmensurado, en la satisfacción de perder junto a otros, en sentirse parte de la responsabilidad pero no tenerla en el total, el "mal de muchos, consuelo de tontos". La victoria resalta los egos, la capacidad en ciertos individuos de necesitar adquirir cierta notoriedad, la frustración en los acostumbrados a obtenerla con cierta facilidad, la necesidad real de no sentirse peón y si reina o como poco, torre. En definitiva, sentirse útil dentro de la parte del éxito. La madurez personal ayuda a digerir ciertos sentimientos encontrados en dichos momentos en ciertas personas, pero existen otras que difícilmente podrán cambiar dichas actitudes. El falso ganador, aquel que vive más cómodo en el fracaso por el simple hecho de no ver triunfar a los demás, por no saber degustar la victoria en su justa medida, compartirla en definitiva, es un mal que radica en la sociedad, tanto en sus expresiones rutinarias como competitivas. Los argumentos aquí expuestos se quedan bastante cortos sobre la globalidad de la argumentación en sí, pero como todo en la vida, se aprende más de la derrota que de la victoria.