lunes, 6 de septiembre de 2010

London


Lavado de cara al blog directo a una nueva temporada, un año más. Ha sido un verano diferente para mí, enriquecedor en todos los sentidos. La mañana de mi viaje a Londres fue tal y como la esperaba: los nervios típicos del viaje me jugaron una mala pasada antes de subir al avión, por lo que mi estado gastrointestinal dejaba mucho que desear. Abandoné la antigua Iberia para embarcarme rumbo a tierras anglosajonas, hogar de personajes tan pintorescos como Los Beatles, San Jorge y el dragón, William Shakespeare o el mismísimo Beckham. Durante el vuelo ya empiezas a imaginarte como debe de ser todo aquello, ya que solo observando por la ventana del avión te encuentras una España seca y desnutrida a 10.000 pies de altura, como si de un viejo pantalón se tratase, lleno de parches con tonos entre el marrón y el beis. Nada más entrar en el territorio de la cruz que tanto pavor provocó entre los Otomanos en otra época, compruebas que su panorama geográfico te ofrece otro punto de vista: infinitas tierras verdes bordeadas por árboles en cada metro cuadrado que se te ofrezca observar.

Una vez tuve la suerte de pisar tierra firme, comenzó la que ha sido hasta el momento la aventura de mi vida. Tras ingeniarmelas como pude, logré comprar un billete de autobús que me dejase en la parada de "Tube/Underground" más cercana a mi residencia (a una hora de Gatwick). Aquí ocurrieron varias cosas interesantes, como el hecho de encontrarme con una familia de italianos que adoraban a España pero que a la hora de escoger sitio se olvidaron de las apariencias provocando un caos terrible que originó que tuviese que bajarme del autobús demorando mi llegada dos horas más tarde de lo previsto. Al parecer la empresa (filial de Easyjet) había vendido más billetes de las plazas realmente existentes. Tras recorrer todo Londres en metro de una punta a otra, logré llegar a Angel, hogar residencial de universitarios londinenses.


Mi día a día fue bastante mundano, llendo de un lado a otro visitando los típicos lugares interesantes, comprando lo necesario para subsistir durante el resto de mi estancia, etc. Entre semana acudía a una academia de inglés donde conocí buenos amigos y gente de todas las nacionalidades: Colombia, Turquía, México, Turkmenistán, Italia, Francia, Brasil, etc. La verdad que para mí gusto personal estas clases fueron un mero trámite ya que mi intención real fue ir a conocer la ciudad por encima de todo lo demás. Sobre la cultura inglesa, son tantas las cosas que nos diferencian que podría pasarme la noche entera relatando todo tipo de curiosidades en este aspecto, pero ni quiero aburrir al lector con parrafadas muy extensas ni tampoco es el momento.

Lo que si me quedó claro de este viaje, del cual tengo tantas anécdotas que me sería imposible relatarlas en este espacio, es que me es muy necesaria la gente que tengo a mi alrededor. Tras tres semanas conociendo gente y cocinándote tus propias relaciones, caes en la cuenta en algo que ya tenías totalmente reafirmado: no hay nada como el entorno de uno mismo. Para mi es un orgullo poder decir que me rodea gente tan importante y necesaria para mi en mi día a día que hacen que la vida me sea más sencilla e inigualable. He conocido gente nómada, personas que nada les ata a los lugares de donde proceden, almas galopantes devoradoras de experiencias que se sorprendian al verme añorar en algún momento la vida que había quedado en "pause" en Madrid, gente que sentía un sentimiento de envidia al ver el brillo en los ojos de quien se siente agusto y orgulloso de donde procede, con todas las virtudes y defectos de mi hogar, de mi entorno. No es más feliz quien más tiene, sino quien menos necesita.


He caído en la cuenta de que me encanta viajar, pero por encima de todo valoro una buena compañía. A lo largo de este viaje he rechazado multitud de invitaciones para ir a visitar lugares más lejanos debido a la falta de sensaciones que me provocaba realizar un turismo light, carente de emoción, de sentimientos. Comprobé la inmensidad del Big Ben en solitario y comprendí que es más importante el hecho de poder compartir ese momento con alguien a quien realmente aprecias que degustarlo en solitario o en compañía de otros extraños. No es con el monumento con lo que te quedas, sino con el sentimiento que te genera el haber podido compartir dicha experiencia con otra persona, con una persona que te devuelva una sonrisa sincera al valorar el hecho que está sucediendo.