martes, 3 de febrero de 2009

Biográficamente imperfecto


Tardé en olvidar su rostro, su sonrisa, su forma de ser. Me tuvo preso, encadenado como bola de acero aferrada al tobillo del reo, sin escapatoria, condenado a sufrirla para siempre. Quizás fue que tardé poco en conquistarla, tan solo bastaron un par de palabras para que cayese rendida a mis brazos, para que poco después, se esfumase con la misma facilidad con la que había llegado. Mala vida la que tuve en estos años, fui cerrando los bares, vagando por las esquinas, amaneciendo en camas distintas cada día... lo peor de todo esto era despertarte acariciando un rostro del cual no recordabas absolutamente nada. Por norma general, no me importaba el daño causado en aquellas noches, al fin y al cabo el daño era mutuo, lo que ocurrió es que yo no lo supe hasta muy tarde...

Te conocí una calurosa noche de verano, no lo olvidaré nunca. La luna te acariciaba con destellos plateados reflejados en tu cabello, la brisa te hacía dueña de la dulzura, y el tacto -que decir de tu tacto- se deshacía entre mis manos. El primer contacto fue eterno, tan solo con el roce de tus labios en mi mejilla, al presentarnos, noté un escalofrío, y me juré allí mismo que tenías que ser mía. Tras unas pequeñas conversaciones conseguí convencerte de que aquella noche sin ti no tenia sentido, que de alguna forma las estrellas te admiraban y tú, tan ingenua, no te habías percatado todavía. Caíste. Amanecimos abrazados en la ladera de aquel río, semi desnudos... parecíamos Apolo y Venus fundidos con el paisaje.

¿Que quedó de todo aquello? nada, lo poco que sobró, se lo adjudicó el olvido, que siempre busca formar parte de la historia. Difícilmente se recupera uno de esos golpes, pero la vida te da revancha. Pasado un tiempo, sucumbía definitivamente a los encantos que me esperaban... ella, asombrosamente bella, vestida de un perla inimaginable, aparecía tras una esquina, envuelta en mil aromas, susurrándome que me acercase sin miedo. Embelesado por su presencia, saboreé el cálido roce de sus labios como quien degusta un buen vino por primera vez, con mesura, sin prisas, acariciando cada pliegue de su cuerpo...como si de un soplo del destino se tratase, sin más preámbulos, me sentí mar adentro entre sus brazos, navegando por mares conocidos en mi pasado, pero al mismo tiempo nuevos y más intensamente vividos que nunca, remando con tal hermosura que nadie hubiese podido pararme en aquel instante.