viernes, 21 de marzo de 2008

Sobre la mística


Durante toda mi vida he sido educado y conducido por una misma religión, la más común y expandida en mi región: el cristianismo. He leído mucho sobre ello, y más allá de divinidades que entran a formar parte de la fe de cada uno, debo admitir que admiro la figura de Jesús desde el punto de vista histórico. Fue un revolucionario de la época, y su mensaje más allá de todo su misticismo, ha trascendido a lo largo de estos dos mil años. Un mensaje del cual muchos se han aprovechado, y no dudo en señalar directamente a la Iglesia, de la cual tras mucho investigar tengo serias dudas. Cabe destacar que no dudo de la labor de muchos de "los pastores" que dicen predicar la palabra de este señor sin ánimo de lucro, pero lamentablemente están sujetos a una parafernalia contaminada a lo largo de la historia. Occidente ha sido marcada para siempre por esta religión, tanto su cultura como su propia arquitectura, orientada siempre con tintes hacia el cristianismo.

He de confesar que estoy en una etapa de mi vida en la cual ni creo ni dejo de creer en nada. Se me antoja complicado el pensar que estamos en este mundo porque sí, por casualidad, pues todo el universo es tan increíblemente complejo que asusta, por ejemplo, el hecho de la reproducción de las distintas especies, vale que pudiesen surgir muchas a partir de un fenómeno abiótico como bien destacan los biólogos, pero ¿alcanzar tal grado de complejidad hasta diferenciar entre órganos femeninos y masculinos? suena a una brutalidad a tiempo parcial, está claro que algo se nos escapa desde el punto de vista científico. Sobre las demás religiones, considero absurdo el seguir unos dogmas tan arcaicos y sobre todo tan machistas. Sorprende el hecho de una religión determinada, la cual surgió a partir de ideas del cristianismo pues su fundador era seguidor de las propias ideas de Jesucristo, solo que luego debe ser que las modificó a su antojo unos cientos de años después de la fundación del cristianismo.


En definitiva, en cuanto dejo la idea de la religión de lado, me quedo en el absurdo, en la nada, en el más absoluto desconcierto, y es ahí cuando me planteo la idea a la cual más me aferro, la cual consiste en pensar que igual existe una fuerza exterior y mística a la cual denominamos "Dios", pero que perfectamente podría ser llamado por otro nombre. Soy un seguidor de la ciencia, pero también soy consciente de las limitaciones de esta, y es tanto lo que desconocemos que no podemos afirmar nada, el propio Einstein, físico de reconocido prestigio era un fiel creyente de la metafísica, su fidelidad a la idea de un Dios no cambiaba a pesar de conocer el funcionamiento de la naturaleza mejor que muchos otros. Otros ejemplos son los grandes filósofos y pensadores de nuestra historia, muchos de ellos creían, otros simplemente no descartaban, al igual que muchos otros lo desechaban. Yo personalmente me incluyo entre los que no lo descarto, al igual que me niego a perder mi parte soñadora (la cual la he perdido últimamente) pues me da esa magia que me ayuda a vivir cada día. Quizás solo seamos materia que nace, se reproduce y muere, pero vuelvo a caer en la contradicción de un universo tan perfecto, por lo tanto prefiero pensar que existen cosas que se nos escapan al alcance de nuestro conocimiento, una metafísica que con el tiempo nos es más lejana, una mística que vamos perdiendo cada día con la rutina de nuestra vida, esa vida que carece de sentido si no le aportamos nuestra magia.

miércoles, 12 de marzo de 2008

El Castigador errante (II)




Caminaba lentamente, apoyando cada paso con firmeza, exhalando el aire que le congelaba los pulmones, los años no pasaban en vano, pero aún así se sentía con fuerzas renovadas, pareciese como si esa carta le hubiese devuelto la vida a esas manos agrietadas de escarcha, tan castigadas durante la guerra civil. Sus andares eran tardíos, desde pequeño siempre tuvo problemas de equilibrio, su altura por lo general le había supuesto un problema, y ahora, recién jubilado, ese defecto se había vuelto más vulnerable que nunca. Su cabello, castaño como un roble en el Otoño, sufría unas severas entradas acompañadas por un tono canoso que cada día se le iba extendiendo más por todo el cuero cabelludo. No obstante, sus ojos eran lo más significativo de sus rasgos físicos, castigados por la edad, aún relucían negros bajo esas pobladas cejas. Su mirada había sido la causante de muchos sufrimientos años atrás, causaban el terror entre sus víctimas, pues quien miraba directamente a los ojos del castigador errante, sabía que sería la última visión de su vida.

El ambiente de aquella noche era gélido, lo suficiente como para que comenzase a nevar en cualquier momento, pero no le preocupaba. El camino, peligroso y embarrado, amenazaba con truncar las esperanzas de cualquiera que quisiese desviarse del sendero, pero ya lo conocía. Su objetivo comenzaba en la lejanía, allí donde las luces de la ciudad daban resguardo y seguridad a sus habitantes, sin embargo, sabía que tardaría días en llegar a pie, por lo que su decisión era irrevocable: tenía que tomar otras alternativas. La cercanía de una estación de tren lo incitó a llegar a ella, pero pasarían horas a pie hasta que llegase a su destino. La luna lo contemplaba severa, vigilando cada uno de sus movimientos, y él, se sentía acosado por la luz que ésta destellaba... ¿lo sabrá ella? se preguntaba continuamente mientras se volvía a abrochar una y otra vez su chaqueta, tal vez si lo supiese, habían sido demasiadas noches pensando en el patio de su casa, quizás en algún momento ella se percató de que varias veces resbalaron las lágrimas por el filo de su cara, sí, no había duda de que ella lo sabía.

Aparentemente, lo que más le apenaba de todo aquello era su mujer, la cual había dejado sola, desprotegida en su casa, sumergida en sus dudas, atormentada por sus recuerdos... el día que se casó con su marido se condenó eternamente. El castigador pensaba en ella, en los buenos momentos vividos a su lado, en el beso de buenas noches que cada día de su vida le había regalado, pero tenía la sensación de que ya no la volvería a ver nunca más. Fue en ese preciso instante cuando sintió una punzada de dolor en su corazón, por primera vez en mucho tiempo había comprendido cuanto la quería, cuanto deseaba en regresar y abandonar esa locura, no habían pasado ni dos horas desde que había partido y ya la echaba de menos. Comprendió que durante gran parte de su vida no supo apreciar lo que tenía a su lado, y ahora, cuando llegó el día de romper con el pasado, comenzaba a caer en la cuenta de todo ello. Los recuerdos deambulaban por su mente, el día en que se conocieron no se le olvidaría jamás, ella, vestida con un vestido azul añil que dejaba al aire sus dulces hombros, le miraba insistentemente desde el otro extremo del vagón, él, vestido de etiqueta no se percató de la mirada de aquella chica. Al bajar, ella tropezó con el andén, y él, tan caballeroso como siempre, la ayudó a levantarse:

-Gracias, caballero. Por cierto, no me gusta su chaqueta.
-Es lo mínimo que podría hacer por usted, señorita. ¿No la gusta? mira que me han comentado que son malas la mujeres de estos lares...
-Dicen que somos malas, porque nos han dibujado así -insistió ella con una sonrisa-.
-Sí, puede ser. Pero os han dibujado tan bien...

Ahora, caminando hacia su destino, comenzaban a pesarle los recuerdos, los momentos que en su día dejó guardados en un cajón, los besos robados al tiempo... decidió parar, necesitaba tomarse un descanso. El corazón de hielo que siempre le había caracterizado, comenzaba a resquebrajarse.